“La existencia real de Santos Vega”

Lo aquí transcrito pertenece a una publicación del libro Ensayos de Historia y Folklore Bonaerense que fue escrito en 1939 por el historiador uruguayo Rafael Velázquez quién se había instalado en General Madariaga y adquirido, en 1923, el Semanario “El Argentino” en donde se dedicó a ejercer el periodismo y la investigación regional.

Este trabajo lo llevó a involucrarse y averiguar sobre la vida de Santos Vega.

Elbio Bernárdez Jacques, basado en los datos aportados por Mitre, habría probado la existencia real del payador Santos Vega, al descubrir sus presuntos restos bajo unos viejos talas en el paraje denominado “Las Tijeras”, actual partido de General Lavalle, a pocos kilómetros de San Clemente del Tuyú, allí, en un extremo de un inmenso parque natural formado por añejos talas y coronillos, fue levantado un monumento para perpetuar la memoria del inmortal payador. Esa escultura es obra del artista Luis Perlotti y fue emplazada en ese lugar en 1948, con la presencia, entre otros, de Florencio Molina Campos, Enrique de Gandía, Ismael Moya, Enrique Udaondo y Bernárdez Jacques. El citado monumento fue trasladado en 1982 al pueblo de General Lavalle, y está ubicado en un parque junto al museo histórico de esa localidad bonaerense.

Hoy en el día del payador compartimos con ustedes el capítulo completo del libro de Rafael Velázquez que narra las situaciones y averiguaciones que se realizaron en la década del 30 sobre el tema.

LA EXISTENCIA REAL DE SANTOS VEGA

Sobre el variado y abundante andamiaje de lo que hasta entonces conocíamos y, utilizando datos importantes que recogimos personalmente en diversas zonas del antiguo Tuyú cuyos caminos y lugares históricos hemos visitado con el propósito de documentarnos, tuvimos oportunidad de preparar y publicar en el mes de julio de 1933 en “El Argentino” de General Madariaga -del que hay ejemplares registrados en la Biblioteca Nacional- la nota que vamos a reproducir ahora íntegramente porque sigue conteniendo -a nuestro juicio- todo lo más que podría decirse o escribirse sobre la existencia o la inexistencia de Santos Vega. Sobre su personalidad y sobre su nombre.

Como un detalle más relacionado con la prioridad que se le reconoce al General Mitre en la invención del llamado “mito de Santos Vega” vamos a recordar aquí unas palabras pronunciadas en la vieja casona de la calle San Martin por el doctor Santos Faré, presidente de la Asociación Folclórica Argentina, al colocar dicha entidad en el Museo Mitre una placa evocadora de la primera poesía dedicada al Payador del Sur y escrita por el General. Dijo el citado orador: “Y es bueno dejar sentado que si Hilario Ascasubi pudo haber recordado a Santos Vega como simple nombre de payador en el esbozo de un poema que habría intentado en 1834 (haría nueve años que habría muerto el payador según nuestra previsión), lo cierto es que el tal poema no toma cuerpo sino en 1870 para aparecer en 1872 y en París, aunque tampoco en esa obra, Santos pase de un payador corriente”. (“La Nación”, 22 de diciembre de 1938, pág. 9).

Veamos ahora nuestro trabajo del año 1933.

DONDE Y CUANDO MURIÓ SANTOS VEGA

Muere la Leyenda y Surge la Majestad del Personaje Viviente Documentos Semi-ignorados así lo Prueban

El señor Gontrán Ellauri Obligado destacó hace solamente un par de meses, a mediados de mayo último, en la revista “El Hogar” el honor que corresponde al General Mitre de haber sido el primer poeta rioplatense que mencionó en sus trabajos literarios la figura del más mentado payador de estas tierras de tradición que habitamos sobre cuya personalidad existe a la fecha una bibliografía extensa y, por muchos conceptos, interesante.

En efecto; el General Mitre, poeta por temperamento e investigador incansable, no pudo substraerse al encanto que ejercía sobre el imaginario popular el nombre de Santos Vega. Y, al pisar tierras del Tuyú, hace ya cien años (1933), siendo un niño, el insigne patriarca de la organización nacional, recogió aquí mismo, sobre la pampa que el cantor recorrió y en la que aun rodaba la fama de sus aventuras, esas noticias que difundió años después en una de las composiciones del libro de sus “Rimas” que hemos de publicar en otra oportunidad.

Después de Mitre fueron numerosos los literatos respetables que admitieron en distintas épocas la existencia real del cantor vernáculo. Se lo vio mencionado en referencias y trabajos de Miguel Cané, Ricardo Gutiérrez, Hilario Ascasubi, Guido Spano, Aristóbulo del Valle y, finalmente, en el poema de don Rafael Obligado.

Seríamos injustos si no dijéramos aquí que esta incursión del General Mitre a Santos Vega, fue mencionada y comentada en 1917 por el doctor Roberto Lehmann Nietsche, autor del trabajo más profundo, documentado y completo que se ha escrito sobre nuestro inmortal personaje.

Dicha obra fue editada por la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba en su volumen Nº XXII, que forma un tomo de 434 páginas dedicadas íntegramente a estudiar la personalidad de Santos Vega, por lo que vemos extraño que el señor Ellauri Obligado, entre los autores que menciona en una de las notas que acompañan su publicación en la citada revista, no haga referencia del nombre respetable del doctor Lehmann Nietsche, a nuestro juicio, el biógrafo más erudito de Vega.

Andanzas del Payador en Tuyú

Como nosotros hemos tratado el tema éste con cariñosa atención desde hace varios años, vamos hoy a ampliar nuestras anteriores informaciones tomando de la obra del profesor últimamente nombrado (Niestsche) algunas noticias viejas que, para la generosidad de los lectores, han de resultar a buen seguro nuevas.

Es notorio que el Partido de Tuyú se extendía hace un siglo por la Costa Atlántica, desde el Rincón de Ajó (hoy General Lavalle), hasta el Quequén, allá por Necochea. Nosotros hemos publicado en las “Noticias Históricas sobre el Partido de Tuyú”, desde 1830 hasta nuestros días, documentos que comprueban esta afirmación.

Es igualmente notorio que Santos Vega deambuló dentro de esas tierras famosas y dilatadas de Tuyú, en las que vivió y murió; porque ya no van quedando dudas de que el que no payó con el diablo. Fue un hombre mortal, un gaucho romántico, el primer cantor autóctono, según lo afirman autorizados comentaristas, cuya silueta de perfil severo vamos a contemplar más delante en otro capítulo de estas notas.

Dando por aceptada la existencia de Santos Vega y aunque el tiempo va borrando toda posibilidad de conocer con exactitud cuál fue su pago, el lugar determinado o más frecuente de sus andanzas será de interés conocer algo más, acerca de ese personaje que tiene desde hace años su monumento en la tetralogía poemática de don Rafael Obligado, y que algún día ha de tenerlo también, cuando los argentinos adquieran conciencia cabal de su grandeza histórica, de sus tradiciones de amor y de gloria, en la intersección de las luminosas diagonales que embellecen la gran ciudad tentacular.

Dónde Murió Santos Vega

Nosotros vamos a reproducir dos documentos de alto valor histórico sobre el asunto. Antes de hacerlo deseamos exponer puntos de vista personales relacionados con noticias y datos recogidos “en el lugar de los hechos” pues, con respecto a este tema, no hemos perdido el tiempo y lo decimos sin jactancia. Hemos hablado con hombres que conocen muy de antaño esta región y la hemos recorrido en buena parte durante algunos años. Estamos, pues enterados de asunto.

En jurisdicción del Partido de Ajó y entre las esquinas más antiguas se cuentan la “esquina del Tuyú”, que existe todavía y en proximidades en relación de leguas claro está, existieron otras dos esquinas viejas y famosas: la del “Real Viejo” y la de La Amistad”.

Poco más acá de éstas y antes de llegar a la actual esquina de Gasbarro, yendo para el puerto de Ajó, existió otra esquina muy antigua que, según referencias, fue de don Zacarías del Pozo, padre, a lo que suponemos, del otro Zacarías del Pozo que alrededor de 1870 tuvo casa de negocio en el campo de “Piedra”, o sus inmediaciones. Por estos días, precisamente, hemos conocido documentos fechados en el “Real Viejo” donde existió la Comandancia de Ajó por lo menos hasta el año 1853; en cuya época era Juez de Paz un señor de apellido Girado y en ese mismo lugar a mediados del siglo pasado nació la anciana doña Catalina Lucero de Vega, cuya fotografía publicamos también en esta breve ordenación de antecedentes.

La tradición de las gentes del campo del “Tuyú”, recuerda que la esquina de don Zacarías del Pozo, la más antigua que hemos mencionado en anteriores líneas, era conocida también por “la esquina de Godoy”.

¿Quién pudo ser este Godoy del cual no se ha conocido posteridad?

Vamos a recordar otra vez, porque ya lo hicimos en otro trabajo publicado hace diez años, que por estas regiones de Tuyú peregrinó un mendocino famoso de quien dice don Ricardo Rojas fue pulpero en Tuyú, y antes que él, don Enrique García Velloso, hizo una referencia semejante, que había recibido de Dominguito Sarmiento.

Lo importante en este aspecto de la cuestión está en que Juan Gualberto Godoy, que es a quien se refieren los autores citados, fue un poeta satírico aficionado a las payadas agregando, a información que conocemos, que fue este Godoy el que venció a Santos Vega en una payada No sabemos si habrá en esto poca o mucha fantasía, pero puede admitirse que Santos Vega frecuentaba esas esquinas si nos atenemos a la manifestación de uno de los personajes que figuran en el testimonio que en seguida vamos a transcribir y que fue publicado en “La Prensa” de Buenos Aires, el 28 de julio de 1885 y en el que se menciona “La Real”, como un sitio conocido de reuniones, que puede perfectamente referirse a la esquina del “Real Viejo”; esquina que existía en los tiempos en que ocurría aquella escena. Y vamos a pasar al primero de los fehacientes documentos en cuestión que dice textualmente así:

Santos Vega – Su Muerte

¿Qué argentino no conoce el nombre de Santos Vega? Muy pocos lo ignoran porque está en la conciencia del pueblo que Santos Vega fue el primero de los payadores que hayan recorrido los llanos de la pampa solitaria, cantando al compás de la melancólica guitarra los más sentidos tristes, los más armoniosos cielos.

Santos Vega no es un mito y aunque parezca atrevimiento el afirmarlo las pruebas que poseo, irrefutables en este caso, salvan mi responsabilidad si la hubiere.

Santos Vega nació a mediados del siglo pasado. Después de esta fundada aseveración, sólo debo hacer algunas ligeras apreciaciones respecto de su genio y hablar de su muerte, porque no quiero desmerecer los datos históricos que poseo, extendiéndome en consideraciones que puedan interpretarse de diversos modos.

Vega, dotado de una imaginación grande como la inmensidad del desierto sintió en las dormidas cuerdas de su guitarra la voz sublime de los genios, que anunciándole sus glorias lo invitaban a cantar.

Y Vega cantó con la dulzura de la tórtola el himno grandioso de la naturaleza, y tradujo en armoniosas notas que arrancó de su guitarra las grandes y variadas impresiones que recibiera su alma de poeta al recorrer los desiertos llanos de la pampa argentina.

Santos Vega era uno de esos gauchos que aman la libertad porque nacieron como el león en el desierto, que reconocen un Dios porque creen que sin él no es posible la existencia, y miran su imagen y mano de la Providencia en el más insignificante acto de su vida.

Pero, sobre todo, Vega fue un genio superior y la fama de su justo renombre era altamente apreciada en la tierra argentina, donde sus moradores le rindieron el tributo de su admiración.

Vencedor en todos los torneos, no sintió jamás el orgullo de los triunfos porque él nació para cantar los encantos de su suelo.

Los años no apagaron el fuego de su inspiración y en los último días de su vida Vega cantaba con el apasionamiento del joven que lleva en sí la virilidad de las fuerzas físicas e intelectuales; por esto nuestro paisanos dicen “que murió cantando su amor como el pájaro en la rama”.

Voy a narrar el cuadro de su muerte fundado en el testimonio de un testigo ocular.

Era el año 1825 y una fría tarde de su invierno. El sol dirigía a la tierra sus últimos rayos. El cierzo frío de la tarde, traía el perfume de las campesinas flores y reproducía en las cóncavas quebradas el eco de los cantos de las aves, el bramar de las haciendas, de los tigres, leones y demás animales que habitaban la campiña, unido a las dulces melodías que nuestro gaucho sabe arrancar a la guitarra.

Era aquello la voz de lo infinito, a cuyo sin igual arrullo parece que se adurmiese la naturaleza.

En las escasas poblaciones que se levantaban como opuestos centinelas en las inmediaciones de la Boca del Tuyú se habían encendido lo fogones procurando sus moradores el calor de la lumbre.

En la población principal, que lo era la estancia de Sáenz Valiente, sus peones bajo la dirección de su mayordomo don Francisco N. (el testigo no recuerda su apellido), y del capataz don Pedro Castro se ocupaban en asegurar sus haciendas para durante la noche mientras en la cocina se preparaba el asado al asador y el cimarrón verde.

Llega Santos Vega

De pronto ladraron los fieles y celosos perros llamando la atención del peón que estaba en la cocina, quien no tardó en sentir las pisadas de caballos que cada vez se adelantaban más hacia la casa.

Esperó en la puerta y vio descender de su brioso corcel un anciano de venerable aspecto que llegaba al palenque acompañado de un niño que a la sazón tendría 10 años. Grande fue su sorpresa al reconocer en su inesperado huésped al gran payador argentino, el invencible triunfador de esos verdaderos torneos que nuestros gauchos forman en sus payadas.

Con la más profunda admiración y respeto, se adelantó a recibir al ilustre viajero, ofreciéndole posada con indecible cariño.

Vega la aceptó porque venía a pedir hospitalidad a sus antiguos amigos.

Desensillaron los caballos, atándolos a soga para que pudiesen comer durante la noche. Santos Vega venía triste. Algún sentimiento oculto torturaba su alma que él en vano trataba de disimular.

Pero el dolor que le agobiaba y su espíritu poderoso, por momentos, parecía ceder al enorme peso de una silenciosa agonía.

Sentía frío, pero no el frio que sienten los cuerpos sanos y robustos, sino el frío glacial de la muerte que ningún calor puede alejar.

Nuestro gaucho lleva, su cama en el recado. Vega mandó tender su cama junto al fogón, en la cocina. En ella se sentó en actitud meditabunda fijando tristemente la mirada en la lumbre que prestaba algún calor a su aterido cuerpo. A la sazón llegaban a las casas el mayordomo, el capataz y los peones que fueron alegremente sorprendidos con la inesperada presencia del glorioso payador.

El mayordomo, don Francisco, se adelantó a saludarlo, y pocos momentos después estaba a su lado estrechando afectuosamente su mano.

¿Cómo? ¿Usted por acá, después de tanto tiempo? -le dijo.
Sí, aparcero; mi vieja costumbre de andar rodando siempre, me da el gusto de ver a los amigos.
Pues celebro su llegada; tiempo hacía que deseaba verlo. Desde sus últimas payadas en la esquina “La Real” no volví a verlo ni a saber nada de usted. Espero que esta noche me haga oír algunas décimas.
Con mucho gusto; si Dios quiere, cantaremos. –respondió.
¿Y por qué ha hecho poner su cama aquí? -le preguntó don francisco.
Porque siento mucho frio -repuso y pensaba dormir, pero no tengo sueño, cantaré más tarde para distraernos un rato.

Vega había traído una mulita o peludo a los tientos, y mandó que su peoncito la asara, pues no quería comer otra cosa. Como ya he dicho que éste era un niño de 1o años, en vano estuvo forcejeando con el asador para colocar el peludo hasta que otro muchacho algo mayor tomó en sus manos el asador y arreglando convenientemente el animalito, lo arrimó al fuego.

La Muerte del Payador

Ya era la noche. La gente de la estancia estaba cenando. Parte en la cocina y los otros en el comedor de la casa cuando los primeros, llenos de pavor, vieron a Vega que, presa de un temblor horrible, su cuerpo sufría fuertes convulsiones.

La infausta noticia se propagó en la casa con la rapidez del rayo y todos acudieron en auxilio del payador. Santos Vega moría. La muerte vino a sorprenderlo en el momento que, tal vez su espíritu, buscaba en la desierta pampa los incomparables encantos que siempre había encontrado en ella para cantarle a sus amigos.

Santos Vega murió y el más profundo dolor se apoderó de los habitantes de la estancia.

Nadie durmió esa noche. Hubo gaucho que lloró desconsoladamente. Aquel cuerpo vigoroso que recorriera bajo un arco triunfal los llanos de su patria yacía inerte; tendido sobre pobres coronas. Aquella frentes que erguida ostentara los laureles de la gloria, sombría se había inclinado ante la mano traicionera del destino.

Silueta del Payador

Vega era un hombre de baja estatura. Delgado de cuerpo y su rostro, de un blanco mate, estaba en relación con su espesa barba blanca y cabello también blanco.

Sus facciones en general eran finas. Vestía chaqueta corta de paño azul marino, adornada con cordones y una trencilla negra de seda, chiripá negro, calzoncillo cribado y bota de potro.

El poncho lo llevaba generalmente en el hombro y levantada en la frente el ala del chambergo.

Cuando murió, representaba de setenta y cinco a setenta años. Pero volvamos a su muerte.

Sus viejos amigos querían hacer una demostración de duelo digna de su nombre dándole sepultura de la mejor manera.

Entierro de Santos Vega

En el citado establecimiento habitaba un hermano del mayordomo llamado Mariano, hombre como de cuarenta años de edad y que tenía sus facultades intelectuales algo perturbadas.

Este hombre fue vivamente impresionado por la muerte del payador y tomó sobre sí la honrosa tarea de construir con sus propias manos un féretro de tosca madera.

Trabajó sin descanso durante toda la noche mientras innumerables candiles esparcían luces en derredor del cadáver.

Santos Vega, muerto en el desierto, tenía un féretro.

En esos años, en la campaña a nadie se sepultaba en un cajón, y, sin embargo, el cuerpo del glorioso payador mereció ese póstumo honor.

A la izquierda de la estancia ya referida, que estaba situada en la Boca del Tuyú, había una pequeña isla rodeada de talar que serviría de cementerio.

Con es dirección partió a las 12 del día el cortejo fúnebre acompañando los restos de Santos Vega a la última morada y llevando en una carretilla de mano el ataúd.

En medio de un dolor indescriptible los viejos amigos dieron sepultura al cantor de la pampa argentina.

Colocaron sobre su fosa una tosca cruz de tala para distinguir su sepultura. Los restos del payador reposan en esa isla.

Realidades y Leyendas

A la sazón Buenos Aires luchaba con el Brasil, encontrándose si-tiada por dos escuadras del imperio.

Con ese motivo, los buques mercantes hacían sus desembarcos por la costa.

Hasta esa fecha, 17 buques habían naufragado en el Tuyú y el salvataje lo hacían los moradores de sus costas.

En la estancia de Sáenz Valiente, teatro del suceso narrado, habían reunido una inmensa cantidad de maderas de los buques náufragos y estas maderas se emplearon en la construcción del féretro de San tos Vega.

Esta es, pues, la histórica muerte de ese genio que tanto ha preocupado a nuestros pueblos.

Ella está fundada en datos suministrados por un testigo ocular. Debido a las inmensas distancias que separaban los pueblos, a las diversas evoluciones políticas, y acontecimientos que se han desarrollado en el país desde esos años a la fecha, y al corto número de personas que presenciaron la muerte de Santos Vega, tal vez ella ha sido ignorada.

Los moradores de la campaña lo vieron desaparecer, y no acertando a explicarse las causas de su desaparición, se forjaron mil utopias y, entre ellas, “la payada con el diablo”.

Es muy probable que Santos Vega hallase algún competidor y, al verse vencido, desapareciera del pago que frecuentara; pues no podría vivir como antes, donde se eclipsara su gloria esto llamarían los criollos la “payada con el diablo” y tiene su justificación si tomamos en cuenta el fanatismo y la superstición del gaucho, y mucho más cuando tenían la firme convicción de que Santos Vega era invencible.

Los mismos que presenciaron su muerte real, dudaban de que ella fuera producida por una causa natural. En ella veían la existencia de una causa sobrenatural, porque pensaban que, siendo Santos Vega inmortal como alguien le dijo durante su vida, sólo el diablo podía vencerlo y hacerlo desaparecer del mundo de los vivos.

Las poesías del inspirado vate don Rafael Obligado, que ha reunido las tradiciones de Santos Vega tal cual las revelan los labios populares, son verdaderas joyas literarias que todo criollo debe conocer. “El alma del payador”, “La prenda del payador” y “La muerte del payador, son preciosas décimas de estilo fluido, dulce y llano que representan el nacimiento de la literatura criolla, de que fue Santos Vega su primer cantor

Buenos Aires, julio de 1885 – P. RODRIGUEZ OCON

OTRO VALIOSO DOCUMENTO

Treinta años después que el señor Rodriguez Ocón publicó en “La Prensa” las noticias que hemos reproducido sobre la existencia real y la muerte de Santos Vega – publicación provocada por la aparición de los tres primeros cantos de Obligado dedicados al payador – don Nicolás Granada dio a conocer otras referencias importantes relacionadas con el mismo episodio.

Son importantes porque las ha tomado un archivo particular que menciona y tienen, a los efectos de la presente ordenación, el raro mérito de coincidir con pequeñas variantes con las declaraciones concretadas al señor Rodríguez Ocón por un testigo presencial.

Transcribiremos fragmentariamente, porque es muy extenso, el valioso trabajo de don Nicolás Granada. Dice así:

Santos Vega -Su Existencia y su Muerte Real

La personificación de Santos Vega, su figura humana, actuando más como un héroe de leyenda que como narrador de hechos contemporáneos a su existencia real y tangible, es superior en el sentido biográfico a la del poeta griego, o a la de Viasa, el supuesto autor de los sagrados poemas hindúes.

La leyenda de nuestro gaucho poeta ha sido transmitida de generación en generación por la fantasía de nuestro pueblo. Su obra, no obstante, es casi nula de manera que ningún Pisistrato, ningún Solón, y posterior y relativamente ningún moderno y extranjero Cicerón, han podido hacer una compilación de una obra que no ha existido sino en la inspiración fugaz y rápida de su improvisación generalmente erótica, de vez en cuando descriptiva, y a veces patriótica.

Ninguno de nuestros poetas nacionales modernos ha hecho otra cosa, tratándose de Santos Vega, que explotar su figura extrañamente fantástica para hacerla alma de sus románticos poemas.

La obra del poeta es casi totalmente ignorada. Una o dos décimas; tres o cuatro redondillas que acusan la inexperiencia técnica del improvisador, aun cuando en ellas se trasluzca la inspiración de una excepcional fantasía agreste, es lo único que nos ha conservado la tradición del trovador nómade y errabundo cuyo nombre aún se llena e ilumina la conseja tradicional del desierto.

Se dirá que naciendo las improvisaciones de un ser fundamentalmente iletrado y hasta analfabeto, éstas han debido gozar de la fugaz y efímera existencia del momento en que eran oralmente emitidas. Que siendo el medio popular en que actuaba el poeta gaucho, la incipiente, difusa y casi salvaje masa de nuestros errantes campesinos estos no en han podido retener y conservar, sino en muy raros casos, aquellas endechas que más directamente llegaban a su alma en los quejumbrosos acentos del “triste”, gemidos sobre las temblorosas cuerdas de la guitarra.

Pero igual cosa puede aducirse con respecto a los poetas milenarios que, sin los elementos imprescindibles de una escritura cualquiera, han debido transmitir a la posteridad obras de gran aliento, no tan sólo por el pensamiento que encierran, sino por la materialidad de su técnica y de su extensión.

En cuanto a nuestro Santos Vega, no puede decirse lo mismo. Cabalmente, es la obra la que falta. Es su personalidad ya fantástica, la que existe en la memoria de nuestra primitiva leyenda nacional.

Personalidad del Payador

Se sabe la historia de este mago del desierto, y se le evoca atravesando sus vírgenes soledades, ora pensativo y confiado a las veleidades de su corcel, ora amorosamente apasionado, llevando a la grupa una joven criolla conquistada por la dulzura de su voz y el fogoso concepto de sus trovas, ora fugitivo como una sombra en alas del vertiginoso correr de su parejero, ora glorioso y como aureolado por una luz sobrenatural, al pie de un ombú dando a los ecos de la pampa el aleteo de sus trovas, gemebundas, apasionadas o altivas, ya se tratara de sus dolores morales, de sus poéticos amores o de las soñadas y deslumbrantes visiones de libertad y engrandecimiento de la patria.

Hay escritores que, como Wolf han pretendido también poner en duda la existencia de Santos Vega. Sin duda amaban más la fantástica y hasta emblemática personificación del mito, que la existencia real del trovador campesino.

A falta de la obra evidente e irrecusable de su tradicional inspiración, preferían conservar en la imaginación del pueblo, bajo los poderosos auspicios del misterio, esa gran figura que discurría como en un sueño hipnótico por un plano astral superior al que habitamos los humildes mortales. Pero no ha podido ser.

La misma tradición como mar que arroja a la playa los restos del naufragio, nos ha devuelto a través de los años las aristas de esa vida de leyenda, nacida en la majestad hoy abolida del viejo desierto y terminada faz a faz de esa otra grande y eterna inmensidad: el Océano.

Santos Vega ha existido y aun cuando debamos con nuestras palabras aminorar un tanto el sentimiento de admiración que la imaginación popular guarda hacia el divino precursor de la poesía argentina, nuestra honradez de cronistas nos obliga a salvar aquí del olvido lo que el testimonio personal ha conservado del viejo payador de nuestras pampas.

Santos Vega ha existido y aún viven entre nosotros descendientes de sus contemporáneos que lo conocieron, fueron testigos de la avasalladora influencia que ejercía sobre las uchedumbres y de la que tal vez ellos mismos sufrieron sus efectos; que oyeron su voz, que conservaron un eco de sus cantos, y por último, que alcanzaron los días de su decadencia, de su vejez, de su muerte y hasta tal vez rezaron piadosamente sobre el montículo de arena y piedra que cubrieron sus restos.

Estampa Gaucha

Según la tradición que en documentos importantísimos se conserva, figurando en primera línea los que guarda el señor Eduardo Hostochy, nieto de un testigo presencial de la muerte de nuestro bardo primitivo, éste era un hombre de regular estatura, del color acaobado de nuestros hombres de campo, de cabellos renegridos y luenga barba, nariz fuertemente acentuada, boca graciosa y expresiva y ojos de mirada viva y perspicaz, en la que brillaba la chispa de la inteligencia.

Era sobrio en el vestir, prefiriendo los colores obscuros y sin llamativas zarandajas.

Su apero, sus prendas de plata eran de buena ley y delicado buen, gusto.

Toda su vanidad, que asumía casi caracteres de coquetería, estaba en su guitarra de origen andaluz, que, además de estar siempre flamantemente encordada, lucía una verdadera gala de cintas en la que primaban los colores de nuestra bandera.

La presencia de Santos Vega en cualquier sitio de nuestra campaña, era, por no se sabe qué arte inmediatamente anunciada y momentos después de su llegada una como a modo de peregrinación del paisanaje se veía avanzar en grupos presurosos y anhelantes, hacia el lugar que el Orfeo pampeano había elegido para lugar de sus payadas y contrapuntos

El Fúnebre Atardecer

Hacía tiempo que el popular cantor se había eclipsado.

Mil consejas, a cual más fantástica y extraordinaria, corrían a propósito de esta misteriosa e impenetrable desaparición.

Una tarde – dice el testigo presencial-, estando tomando mate en la cocina de la estancia del Tuyú, de don Bernardino Sáenz Valiente (hoy de Leloir), vimos llegar a un viejo flaco y achacoso, al que acompañaba un peoncito, un niño, el cual traía un peludo muerto, cogido por el rabo.

Buenas tardes-dijo el viejo con acento opaco y en entrecortadas palabras, pidió permiso para arrimar al rescoldo el silvestre animalejo, única carne, según él, que, con algunas aves del campo, tan solamente comía.

Acordado con el mayor respeto el permiso, pues ya, quién sabe por qué secretos indicios, se habían dado cuenta el capataz y los peones de que el huésped aquel, era el famoso Santos Vega, se sentó éste en el rincón más obscuro de la cocina sintiéndosele gemir bajo el rebozo de su poncho. (Vamos a intercalar aquí una salvedad: la estancia “El Tuyú” era entonces de don Casto y no de don Bernardino Sáenz Valiente según noticias que pudimos obtener posteriormente del señor don Alberto Leloir) noticia de la presencia del bardo popular, empezó a cundir por los alrededores y muy pronto una muchedumbre silenciosa, a la vez que admirada, empezó a rodear el rancho introduciéndose los más audaces en su interior negro y ahumado.

Allí cerca el mar batía su imponente diástole y sístole, trayendo lejano murmullo de amenazadoras tempestades sobre el que dominaba el grito agudo de las gaviotas.

Un pobre loco, hermano del capataz, que se albergaba en la hospitalaria casa de los señores Sáenz Valiente vagaba por los alrededores del rancho, escuchando como indiferente los comentarios que se hacían sobre la rara aparición del poeta nómade y de su estado; al parecer agónico.

En la playa vecina a la estancia, en la que forma una abra, la afluencia del río Tuyú que se precipita en el océano cerrando su barra, algunos islotes poblados de viejos talas, las olas del mar aglomeran aún hoy mismo mil despojos de sus terribles siniestros que los vecinos aprovechan para levantar o fortalecer sus pobres viviendas.

Consignamos este detalle como muy importante en la escena final a que nos conduce rápidamente la terminación de este incorrecto artículo.

Esta puede reconstruirse de este modo: En el medio del rancho, el fogón en el que se dora a fuego lento un asado y rezongan su hervir algunas calderas de agua.

Unos viejos peones de barbas hirsutas y teces curtidas por la intemperie, cuidan de mantener en actividad el fuego.

El niño acompañante de Santos Vega, da vueltas sobre las brasas, cubiertas de cenizas, al armadillo.

En la puerta, siluetas de paisanos en actitud contemplativa y respetuosa.

En el rincón más apartado del rancho, un bulto que cada vez se contrae más y más sobre sí mismo, en medio de rápidos estremecimientos y como a modo de quejidos.

Nadie se anima a acercarse al misterio aquel. Nadie a interrogarle, nadie a ofrecerle una ayuda que les parece irrisoria, tratándose de aquella entidad superhumana.

De repente aquel bulto vacila y se desploma en silencio. iSantos Vega acaba de morir!

Todos aquellos hombres del desierto se descubren como en un templo, y de aquellos pechos rudos, surge el murmullo de la oración.

A lo lejos se oye una canturria monótona y los golpes de un martillo que extiende sus ecos por la desierta playa.

Es el loco que, con los despojos de las naves náufragas, fabrica un cajón para sepultar los restos del Cantor de la Pampa.

Encerrado en él, se le entierra luego bajo un frondoso tala, en la isla mayor de las que cierran la barra del Tuyú sobre el Atlántico.

Allí, en aquella inmensa escena en donde muere la pampa besada por las amargas caricias del océano duerme el sueño eterno el cantor de nuestra alborada nacional, el espíritu de nuestra naciente libertad, el representante más genuino de la nueva raza, el trovador de nuestras juveniles energías, el dulce y apasionado menestral de los amorosos estilos, el paisajista oral de nuestras majestuosas e imponentes bellezas naturales

NICOLAS GRANADA

Los Parientes de Santos Vega

Nosotros conocimos hace un cuarto de siglo en un puesto del campo de don Francisco Esperón, situado junto al camino que conduce de “San José de las Chilcas” al puerto de Ajó y lindando calle en medio con el campo de “El Tuyú”, a un viejo simpático, guitarrero cantor, que pasaba los días del verano debajo de un árbol grande y hermoso – tala u ombú -, cortan los cientos y tocando la guitarra con la cual se acompañaba para cantar sus “cifras”.

Se llamaba don Félix Vega y hace ya unos cuantos años que murió. Decía don Félix que él era pariente de Santos Vega; lo repetían cuantos le conocieron y tal circunstancia era, por consiguiente, de pública notoriedad.

Hemos hablado estos días aquí, en General Madariaga, donde reside con la viuda de don Félix Vega, anciana octogenaria, que está ahora ciega, sorda y en la pobreza. La fotografía que aquí reproducimos fue tomada hace pocos días en la humilde casita que ocupa en los suburbios de este pueblo, por nuestro joven amigo Alfredo Ricci. Esta anciana tiene ya poca memoria, pero nos ha declarado que el lugar de su nacimiento fue el campo de “La Amistad”, situado en el partido de Ajó o General Lavalle y contiguo al del “Real Viejo”. Doña Catalina recuerda que en ambos establecimientos existieron esquinas de campo pero no retiene detalles.

Allí conoció el que fue después su marino, don Félix Vega, mozo venido en aquellos remotos años del lado de Dolores donde tenía sus padres. Llegó para ocuparse como peón de campo en la estancia de “El Tuyú”, campo que por abarcar una extensión de varias leguas es también vecino de “La Amistad”. Conviene recordar que según referencias y tradiciones consignadas por Ascasubi, Eduardo Gutiérrez y otros autores, los padres de Santos Vega tuvieron campo hacia el lado de Dolores, lo que permite presumir que los padres de ambos Vega, de “El Tuyú” – el de Santos y el de don Félix- eran posiblemente hermanos.

Don Félix Vega componía versos como su remoto y afamado pariente y algunas personas llegaron a conservar apuntes de las coplas de don Félix.

Creyendo que uno de sus hijos, Irineo Vega, también aficionado a los versos criollos podría proporcionarnos detalles de mayor interés, nos dirigimos a él para solicitárselos: Pero no le fue posible remitirnos algo de los poco que conserva por falta de tiempo y por la distancia en la que se halla actualmente dado que vive en el partido de Rauch.

De todas maneras Irineo Vega nos ratifica en su carta el ya conocido parentesco de su padre con Santos Vega y nos dice que su progenitor vino, efectivamente, del lado de Dolores cuando era joven al campo de Sáenz Valiente; o sea a la estancia “El Tuyú”. Ni Irineo Vega, ni su madre doña Catalina Lucero de Vega, recuerdan haber sabido que Santos Vega haya muerto en “El Tuyú”. Sólo saben y repiten que por las referencias de don Félix, su pariente el payador, era un andariego y hombre de aventuras.

Nos es grato ofrecer a los que buscan documentaciones esta noticia de la existencia de los parientes de Santos Vega.

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